martes, 3 de mayo de 2011

¿Cuándo fracasa realmente una relación?



Advertencia! la siguiente ReflAcción puede poner en riesgo la convicción emocional de quienes se sienten víctimas o culpables por el fin de una relación (pareja, amistad, laboral, etc.) despojándolos de esa tortuosa comodidad socialmente tan bien aceptada.




¿El fin de una relación implica un fracaso?
Hoy puedo ver a más personas sufriendo por vivir el fin de una relación como un fracaso, que relaciones que realmente hayan fracasado.

Hemos sido educados culturalmente para vivir el fin de cualquier relación como un fracaso, como algo que no logró lo que se esperaba.  Rara vez nos alegramos al finalizar una relación! A tal punto esto es así, que no solo valoramos la duración en una relación, sino que la celebramos! Cumplir años de "mantenimiento" de una relación, parece ser algo digno de ser festejado.

Eternidad en Japonés
Creo que una posible fuente de este problema podría encontrarse en la confusión que nos genera nuestra lucha inconsciente contra la muerte.  Nacemos y en el mismo acto comienza esa lucha segundo a segundo por mantenernos vivos.  Si pocas son las certezas que tenemos, es ésta sin duda la mayor.  Tarde o temprano dejaremos esta vida y esto puede explicar la celebración de un cumpleaños independientemente de la cultura o creencia del homenajeado.  No festejamos que tenemos menos años por vivir, sino que logramos ganarle tiempo a lo inexorable. ¿Tendría sentido este festejo si existiera la posibilidad de vivir eternamente? ¿Acaso no es la muerte lo que legitima el valor el paso del tiempo?

Ahora bien ¿Para qué le ganamos tiempo a la muerte? ¿Cuál es el sentido de quedarse? ¿Para qué? ¿Solo para ganar tiempo? Cuando alguien cumple años, habitualmente no reparamos sobre la calidad de esos años o para que  sirvieron.  Simplemente, por haberle ganado a la muerte (que no es poca cosa por cierto) ya somos dignos de ser homenajeados.  De este modo, entiendo que antropológicamente tendemos a celebrar el paso del tiempo como un valor en sí mismo y aplicarlo al resto de nuestras relaciones en la vida, al punto de admirar aquellas que perduran en el tiempo, como si hubieran desafiado una tendencia natural hacia la muerte y su duración fuera un verdadero mérito.  Si estuviéramos tan convencidos de que la naturaleza de cualquier relación fuera perdurar para siempre ¿por qué festejamos aniversarios? ¿qué estamos festejando realmente? La principal causa de una desilusión cuando una relación se termina, es la ilusión inicial de que esa relación duraría para toda la vida.  Sin ilusión, no hay desilusión posible.  


Culpas compartidas
Si realmente vivimos el fin de una relación como un fracaso, es esperable indagar sobre las causas y responsables de este fracaso.  Entiendo que de ahí viene la conocida frase: "Cuando una relación fracasa no hay un solo responsable, las culpas son compartidas".  ¿Qué culpa? ¿Estamos asumiendo que, al menos, alguien se equivocó? Claro, cuando hay que hacerse cargo de un "fracaso", comúnmente aparece la necesidad de una suerte de patria potestad compartida: "Si hay que reconocer a este fracaso, los dos seremos los padres por igual".

Por otra parte, si asumimos que cuando una relación se termina, es porque alguien falló, cuando una relación empieza  ¿es porque alguien hizo algo especialmente bien? Si es así ¿Por qué entonces no buscamos al responsable de haber empezado esa relación? ¿Serían culpas compartidas también? Es bien aceptado que nadie tiene que dar una explicación racional del por qué o cómo fue que empezó una relación, de hecho, si la explicación fuera "simplemente sucedió" sería suficiente! Todo el mundo entiende que esas cosas pasan, más allá de que podamos explicarlas, pero a su vez creemos que si se terminó, alguien tiene que poder analizarlo y poder concluir cuál fue el motivo y responsable, asumiendo implícitamente que un "simplemente sucedió" no sería aceptable y es una respuesta que claramente esconde algo más que puede ser explicado!

Yo tiendo a creer que cuando dos personas se relacionan de algún modo (amistad, pareja, trabajo, etc.), es porque coincidieron en intereses, espacio y tiempo pero fundamentalmente coincidieron en las ganas de comprometerse o involucrarse en esa relación, sin necesidad de haber hecho nada extraordinario o especial para empezarla y cuando se termina, simplemente puede responder a que alguna o ambas partes, como buenos organismos vivos y dinámicos que son, cambiaron en alguno de estos factores y simplemente no desea seguir compartiendo esa relación por el tiempo incierto que le quede por vivir.  ¿Cuánto de ego herido existe en la no aceptación pacífica de la voluntad del otro de no seguir? ¿Podríamos interpretar esa voluntad como divergencia de intereses y no como un rechazo personal?


¿Cuál sería el verdadero fracaso?
Detengámonos a pensar por un momento en las siguientes declaraciones:

- "Qué lástima que se hayan divorciado a solo 2 años de estar juntos"
- "¡No vas a renunciar ahora y tirar estos 25 años por la borda!"
- "¡12 años! ¡que aguante! ¡La verdad es que es admirable!"
- "La verdad es que ya no me motiva esta relación, pero yo esperaba que esta vez durara un poco más"

y así una gran cantidad de expresiones corrientes que enfatizan el valor que se le da al tiempo en las relaciones. 

En lo personal, creo que no deberíamos atribuirle valor alguno a la duración en una relación, ya que poco tiene que ver con la esencia de lo que buscamos cuando nos relacionamos.  El verdadero fracaso en un relación, para mí,  es cuando, terminada o no, con la duración que haya tenido, (dos horas o 25 años), no nos ayudó a crecer como personas y/o a mejorar nuestro entorno.  Creo que consiste en medirse uno y su entorno antes y después de esa relación y preguntarse ¿Esta relación me está ayudando a ser mejor conmigo mismo y con los demás? Si la respuesta es positiva, no hay nada que lamentar! Si se terminó, deberíamos disfrutar lo que nos dejó y aceptar el fin como parte de un ciclo natural. 

Si una relación duró toda una vida, ¿podría ser porque el ciclo de esa relación era mayor al ciclo de esa vida que le dió origen?

Si cada vez que nos relacionemos, podemos crecer en lo espiritual, físico, económico, emocional, etc. somos unos verdaderos afortunados.  Lo lamentable sería, por ejemplo, observar el claro deterioro en la auto-valoración de una persona, a raíz de una relación laboral, de pareja o amistad tóxica o destructiva.

Si tuviste la oportunidad de vivir relaciones que te ayudaron a crecer como persona y contribuir a la mejora de tu entorno, entonces tenes todo por celebrar y ningún fracaso por lamentar.


Todo un desafío
Tal vez, si aprendiéramos a convivir de manera más natural con la muerte, aceptando el fin como parte de un ciclo, entonces, tal vez, nos ocuparíamos más de estar PRESENTE, disfrutar plenamente de cada minuto que nos regala una relación y re enfocar nuestra energía en la calidad de las relaciones y no en la acumulación vacía del tiempo recorrido.

Lo lamentable no es la muerte, sino una vida sin sentido. 
Lo lamentable no es el fin de una relación, sino que no haya tenido sentido, que no te haya ayudado a crecer! Si desarrollamos la capacidad de saber qué hay aprender y cómo, hasta el peor final en una relación, podría ayudarnos a crecer.

¿Nos animamos a dejar ir la necesidad de encontrarle una explicación al fin de las relaciones para dejar lugar a que nuevas relaciones nos inunden de vida

¿Seremos capaces de quitarle el valor a la duración de nuestras actuales y futuras relaciones?

¿Qué le estamos dejando a aquellas personas con quienes nos relacionamos?

Daniel

PD: Próximamente estaré compartiendo un nueva ReflAcción acerca de nuestra posibilidad autónoma de crecer a partir de Qué y Cómo aprendemos. Aprender puede ser lo menos recomendable cuando aprendemos mal ;-)